Blog oficial de la Purísima e Inmaculada Concepción de la Reina de los Ángeles, Umbrete (Sevilla)

jueves, 28 de marzo de 2013

Los amó hasta el fin (Jn 13,1-15) Cortesía de D. Francisco Varo, amigo y seguidor del presente, sacerdote, profesor de Sagrada Escritura y Capellán Mayor de la Universidad de Navarra.


Los amó hasta el fin (Jn 13,1-15)


Cortesía de D. Francisco Varo, amigo y seguidor del presente, sacerdote, profesor de Sagrada Escritura y Capellán Mayor de la Universidad de Navarra. Recomendamos seguir su blog "Biblia de Navarra": http://bibliadenavarra.blogspot.com.es/



Jueves Santo. Cena del Señor – C. Evangelio
1 La víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. 2 Y mientras celebraban la cena, cuando el diablo ya había sugerido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, que lo entregara, 3 como Jesús sabía que todo lo había puesto el Padre en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levantó de la cena, se quitó la túnica, tomó una toalla y se la puso a la cintura. 5 Después echó agua en una jofaina, y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había puesto a la cintura.
6 Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:
—Señor, ¿tú me vas a lavar a mí los pies?
7 —Lo que yo hago no lo entiendes ahora —respondió Jesús—. Lo comprenderás después.
8 Le dijo Pedro:
—No me lavarás los pies jamás.
—Si no te lavo, no tendrás parte conmigo —le respondió Jesús.
9 Simón Pedro le replicó:
—Entonces, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
10 Jesús le dijo:
—El que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos 11 —como sabía quién le iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
12 Después de lavarles los pies se puso la túnica, se recostó a la mesa de nuevo y les dijo:
—¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. 14 Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. 15 Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros.
El capítulo comienza señalando la importancia del momento. La Pascua, que conmemoraba la liberación de la esclavitud del pueblo hebreo de la opresión del Faraón, era figura de la obra que Jesucristo venía a realizar: redimir a los hombres de la esclavitud del pecado, mediante su sacrificio en la cruz. La Pascua, explica San Beda, «en sentido místico significa que el Señor habría de pasar de este mundo al Padre, y que siguiendo su ejemplo, los fieles, desechados los deseos temporales y la servidumbre de los vicios por el continuo ejercicio de las virtudes, deben pasar a la patria celeste prometida» (In Ioannis Evangelium expositio, ad loc.).
Jesús sabía cuanto iba a ocurrir y que su muerte y resurrección eran inminentes (cfr 18,4); por eso, sus palabras adquieren un tono especial de confidencia y amor hacia aquellos que dejaba en el mundo: «El mismo Señor quiso dar a aquella reunión tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdos, tal conmoción de palabras y de sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte» (Pablo VI,Homilía Jueves Santo, 27-III-1975).
Lo que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en la frase «los amó hasta el fin» (v. 1). Indica la intensidad del amor de Cristo que llega hasta dar su vida. Es más, ese amor no termina con su muerte porque Él vive, y desde su resurrección gloriosa nos sigue amando infinitamente. «El “amor hasta el extremo” (Jn 13,1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (...). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 616).
En el lavatorio de los pies, el Señor se humilla realizando una tarea propia de los esclavos de la casa. El pasaje recuerda el himno de la Carta a los Filipenses: «Cristo Jesús... siendo de condición divina... se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo...» (Flp 2,6-7). Lavar los pies a sus discípulos tenía un profundo significado que San Pedro no podía entender entonces. Jesús, mediante aquel gesto, expresaba de modo sencillo y simbólico que no había «venido a ser servido, sino a servir», y que su servicio consistía en «dar su vida en redención de muchos» (Mc 10,45). Así da a entender a los Apóstoles, y en ellos a todos los que después formarían la Iglesia, que el servicio humilde a los demás hace al discípulo semejante al Maestro. «Si, por consiguiente, a la luz de esta actitud de Cristo se puede verdaderamente “reinar” sólo “sirviendo”, a la vez, el “servir” exige tal madurez espiritual que es necesario definirla como el “reinar”» (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 21).

Institución de la Eucaristía (1 Co 11,23-26) Cortesía de D. Francisco Varo, amigo y seguidor del presente, sacerdote, profesor de Sagrada Escritura y Capellán Mayor de la Universidad de Navarra. Recomendamos seguir su blog "Biblia de Navarra": http://bibliadenavarra.blogspot.com.es/


Institución de la Eucaristía (1 Co 11,23-26)


Cortesía de D. Francisco Varo, amigo y seguidor del presente, sacerdote, profesor de Sagrada Escritura y Capellán Mayor de la Universidad de Navarra. Recomendamos seguir su blog "Biblia de Navarra": http://bibliadenavarra.blogspot.com.es/

Jueves Santo. Cena del Señor – C. 2ª lectura
23 Porque yo recibí del Señor lo que también os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, 24 y dando gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en conmemoración mía». 25 Y de la misma manera, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía». 26 Porque cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
En la doctrina sobre la Eucaristía que aquí transmite San Pablo emerge la importancia de la Tradición apostólica (v. 23). Junto con los textos de Mt, Mc y Lc, los vv. 23-25 constituyen el cuarto relato de la institución de la Eucaristía que conserva el Nuevo Testamento. El texto contiene los puntos fundamentales de la fe cristiana sobre el misterio eucarístico: institución de este sacramento por Jesucristo, presencia real del Señor, institución del sacerdocio cristiano, y carácter sacrificial de la Eucaristía.
«Haced esto en conmemoración mía». Este mandato indica que la Eucaristía es recuerdo, renovación y actualización del sacrificio pascual del Calvario. La Iglesia ha visto en estas palabras la institución del sacerdocio cristiano: El Señor en la Última Cena «ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino, y bajo los símbolos de esas mismas cosas los entrego, para que los tomaran, a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, y a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio les mandó —con las palabras: Haced esto en conmemoración mía— que los ofrecieran. Así lo entendió y enseñó siempre la Iglesia» (Conc. de Trento, De SS. Missae sacrificio, cap. 1; cfr can. 2).

Felicitación a los sacerdotes

Felicitación a los sacerdotes 






El día de Jueves Santo celebramos la institución de los sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal, pero falta tiempo y detenimiento para su oportuna consideración, dentro de la vivencia del Triduo Pascual no conseguimos realzar estos grandes dones de Dios para su Iglesia. Así es como a la contemplación y adoración de la Eucaristía se dedica otro día, el del Corpus Christi, y a la celebración del sacerdocio de Cristo, otro día, el de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.


Queremos hacer llegar nuestra felicitación a los sacerdotes y animarles a que, con la gracia de Dios, mantengamos la alegría y la ilusión en el desempeño del ministerio sacerdotal.


Las palabras de un salmo, leídas y consideradas detenidamente, pueden aplicarse a los llamados por Dios para servir a los demás fieles mediante esta vocación: “El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec” (109,4).

domingo, 24 de marzo de 2013

Evangelio del domingo 24 de marzo de 2013 Pasión de Nuestro Señor Jesucristo ( Lc 22,14– 23,56) Reflexión: Pilato es prototipo del que no quiere enfrentarse con la verdad: su "tolerancia" condena a muerte a Jesús.




Vídeo: 

Evangelio domingo 24 de marzo de 2013 (Domingo de Ramos) 

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo ( Lc 22,14– 23,56)

Reflexión: 

Pilato es el prototipo del que no quiere enfrentarse con la verdad: su "tolerancia" condena a muerte a Jesús.

Nota: 


Recomendamos seguir el blog "Biblia de Navarra", de D. Francisco Varo, amigo y seguidor del presente, sacerdote, profesor de Sagrada Escritura y Capellán Mayor de la Universidad de Navarra.

Dirección del blog: 


Os deseamos una santa Semana Santa 2013 

y feliz pascua de Resurrección.

sábado, 23 de marzo de 2013

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo (Lc 22,14 – 23,56) Por cortesía de nuestro seguidor y amigo, D. Francisco Varo, Sacerdote, profesor de Sagrada Escritura y Capellán Mayor de la Universidad de Navarra. Le interesa la Biblia y el diálogo cultural con jóvenes universitarios, director del blog amigo: "Biblia de Navarra", comentarios de la Biblia de Navarra (Sagrada Biblia, 5 volúmenes, Eunsa) a los textos del leccionario litúrgico para los domingos y solemnidades. Informaciones sobre cuestiones bíblicas de interés.


Pasión de Nuestro Señor Jesucristo(Lc 22,14– 23,56)



Por cortesía de nuestro seguidor y amigo, D. Francisco Varo, Sacerdote, profesor de Sagrada Escritura y Capellán Mayor de la Universidad de Navarra. Le interesa la Biblia y el diálogo cultural con jóvenes universitarios, director del blog amigo: "Biblia de Navarra", comentarios de la Biblia de Navarra (Sagrada Biblia, 5 volúmenes, Eunsa) a los textos del leccionario litúrgico para los domingos y solemnidades. Informaciones sobre cuestiones bíblicas de interés. Dirección  internet: http://bibliadenavarra.blogspot.com.es

Reflexión: Pilato es prototipo del que no quiere enfrentarse con la verdad: su "tolerancia" condena a muerte a Jesús

Domingo de Ramos – C. Evangelio
23,32 Llevaban también con él a dos malhechores para matarlos.33 Cuando llegaron al lugar llamado «Calavera», le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 34 Y Jesús decía:
—Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.
Y se repartieron sus ropas echando suertes. 35 El pueblo estaba mirando, y los jefes se burlaban de él y decían:
—Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si él es el Cristo de Dios, el elegido.
36 Los soldados se burlaban también de él; se acercaban y ofreciéndole vinagre 37 decían:
—Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
38 Encima de él había una inscripción: «Éste es el Rey de los judíos».
39 Uno de los malhechores crucificados le injuriaba diciendo:
—¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
40 Pero el otro le reprendía:
—¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios? 41 Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero éste no ha hecho ningún mal.
42 Y decía:
—Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.
43 Y le respondió:
—En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
44 Era ya alrededor de la hora sexta. Y toda la tierra se cubrió de tinieblas hasta la hora nona. 45 Se oscureció el sol, y el velo del Templo se rasgó por la mitad. 46 Y Jesús, clamando con una gran voz, dijo:
—Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Y diciendo esto expiró.
47 El centurión, al ver lo que había sucedido, glorificó a Dios diciendo:
—Verdaderamente este hombre era justo.
48 Y toda la multitud que se había reunido ante este espectáculo, al contemplar lo ocurrido, regresaba golpeándose el pecho.
49 Todos los conocidos de Jesús y las mujeres que le habían seguido desde Galilea estaban observando de lejos estas cosas.
A lo largo de su evangelio —y especialmente en el relato de la pasión— a Lucas le gusta señalar el carácter ejemplar que tiene para el cristiano la conducta de Jesús ante las dificultades. Estos dos episodios, en contraste con el relato de la Cena, dejan entrever la soledad de Cristo y los diferentes sentimientos que animan su vida, tan distintos de los que tienen sus discípulos. Con todo, las palabras de Jesús a éstos son un aliento de esperanza. A pesar de la pequeñez de horizontes que ahora tienen (v. 24; cfr Mt 20,20-28; Mc 10,35-45), al estar asociados a la humillación de Cristo (v. 28), lo estarán también en su exaltación (vv. 29-30).
«Y os sentéis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (v. 30). El trono es signo de poder real; las doce tribus de Israel son un símbolo para designar la universalidad de la autoridad que Jesús confiere a los Apóstoles. Como ha trasmitido la tradición de la Iglesia, este poder de los Apóstoles se continúa en los obispos, que, «como vicarios y legados de Cristo, rigen las iglesias particulares, que les han sido encomendadas, con sus exhortaciones y con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sagrada potestad, de la que usan únicamente para edificar su grey en la verdad y en la santidad, recordando que quien es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (cfr Lc 22,26-27)» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 27).
22,31-34. Después de la Cena, antes del prendimiento en Getsemaní, Jesús previene a sus discípulos, y a Pedro en par­ticular, sobre la prueba que va a sufrir su fe (vv. 31-32), pues no han entendido el sentido redentor de su vida y su muerte (22,37-38). San Lucas refiere el episodio con más detalles que los otros dos sinópticos y recoge la oración de Jesús por Pedro. En efecto, en el contexto de la pasión, parece que se da un combate entre Satanás y Jesús. Satanás ha triunfado en Judas (22,3) y también en las autoridades judías cuya «hora» coincide con la del «poder de las tinieblas» (22,53). Aquí, el combate se amplía a Pedro (v. 31). Aunque la debilidad de Pedro es patente, el primero de los Apóstoles no desfallecerá, pues su fe cuenta con la oración de Jesús. La Iglesia enseña que esta asistencia especial de Jesús sobre Pedro para «la misión de custodiar esta fe ante todo des­fallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 552) se continúa en la persona del Romano Pontífice como sucesor de Pedro: «La sede de Pedro permanece siempre intacta de todo error, según la promesa de nuestro divino Salvador hecha al príncipe de sus discípulos (...); así, pues, este carisma de la verdad y de la fe nunca deficiente fue divinamente con­ferido a Pedro y a sus sucesores en esta cátedra, para que desempeñaran su ­excelso cargo para la salvación de todos» (Conc. Vaticano I, Pastor aeternus, n. 3). Cfr notas a Mt 16,13-20; Jn 21,15-23.
22,35-38. Jesús anuncia su pasión (v. 37) aplicándose la profecía de Isaías sobre el Siervo sufriente (Is 53,12) y señalando que se cumplen en Él las demás profe­cías sobre los dolores del Redentor. Como en todos estos episodios, se muestra un significativo contraste entre la comprensión de los acontecimientos por parte de Jesús y la incomprensión de los discípulos. Jesús sabe lo que va a ocurrir y, por eso, prepara la Pascua con presciencia profética (22,7-13): sabe que Judas le traicionará (22,21), que Pedro le negará (22,34), y que la hora decisiva está ahí (22,53). Pero rehuye las espadas y el combate (v. 38; 22,51), no responde a los ultrajes (22,63-65), ni se defiende ante el Sanedrín (22,66-71), ni ante Pilato (23,3). Es inocente, como lo afirman Pilato (23,4.14.22) y el centurión (23,47). Negado, e injustamente condenado, tiene gestos y palabras de perdón para Pedro (22,61) y para sus verdugos (23,34). Es claro que la conducta de Cristo tiene un valor de exhortación para quien sufra injustamente. Pero su martirio no está al servicio de una idea, sino que es el cumplimiento de la voluntad del Padre: «Sometió su voluntad a la del Padre. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, a quien entregó por nosotros y que nació por nosotros, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y víctima en el ara de la cruz, con su propia sangre, no por sí mismo, por quien han sido hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos nos salvemos por Él y lo recibamos con puro corazón y cuerpo casto» (S. Francisco de Asís, Carta a todos los fieles 2,10-15).
22,39-46. En el huerto, Jesús expresa su aceptación de la muerte afrentosísima en cumplimiento del designio de Dios. La oración de Jesús se debió de prolongar largo tiempo, aunque San Lucas sólo recoge los momentos más trascendentales. Prácticamente en cada versículo hay una mención de la oración; el pasaje se inicia y se termina con la recomendación de Jesús de orar para no caer en tentación; finalmente, Jesús mismo nos da ejemplo pues al entrar «en agonía oraba con más intensidad» (v. 43). La oración del Señor es así una lección perfecta de abandono y de unión con la voluntad de Dios: «¿Estás sufriendo una gran tribulación? —¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril: “Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. —Amén. —Amén.” Yo te aseguro que alcanzarás la paz» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 691).
La oración es intensa, pero la congoja no lo es menos. La angustia es tal que Jesús es confortado por un ángel y llega a sudar sangre (vv. 43-44); la Humanidad de Cristo aparece aquí en toda su capacidad de sufrimiento: «El miedo a la muerte o a los tormentos nada tiene de culpa, sino más bien de pena: es una aflicción de las que Cristo vino a padecer y no a escapar. Ni se ha de llamar cobardía al miedo y horror ante los suplicios» (Sto. Tomás Moro, La agonía de Cristo, ad loc.).
Como en todo, también aquí, con sus gestos, el Señor es modelo para nosotros: «Fue oportuno que el buen Maestro y Salvador verdadero, compadeciéndose de los más débiles, hiciera ver en su propia persona que los mártires no debían perder la esperanza si por casualidad llegaba a insinuarse en sus corazones la tristeza en el momento de la pasión, como consecuencia de la fragilidad humana —aunque ya la hubieran superado al anteponer a su voluntad la voluntad de Dios—, puesto que Él sabe qué conviene a aquellos por quienes mira» (S. Agustín, De consensu Evangelistarum 3,4).
22,47-53. Los cuatro evangelios, al narrar este episodio, guardan el recuerdo tanto de la grandeza de Jesús como de los acontecimientos de aquel momento: la muchedumbre desbocada, la traición de Judas, la herida al criado del sumo ­sacerdote, etc. En este contexto Lucas se fija además en dos cosas: en la misericordia del Señor que cura al criado herido (v. 51) y en la aparente victoria del diablo (v. 53). Al leer el texto, no se puede dejar de pensar en el apóstol infiel: «Después de ver de cuántas maneras mostró Dios su misericordia con Judas, que de Apóstol había pasado a traidor, al ver con cuánta frecuencia le invitó al perdón, y no permitió que pereciera sino porque él mismo quiso desesperar, no hay razón alguna en esta vida para que nadie, aunque sea como Judas, haya de desesperar del perdón» (Sto. Tomás Moro, La agonía de Cristo, ad loc.).
22,54-71. Los dos primeros evangelios (cfr Mt 26,57-75; Mc 14,53-72 y notas) relatan en contraste los interrogatorios a Jesús y a Pedro. La narración de Lucas sigue un orden más lógico en lo que se refiere a la cronología de los acontecimientos: por la noche Jesús es llevado a casa de Caifás donde, mientras Pedro le niega, los criados le afrentan; a la mañana siguiente (v. 66) se reúnen en el Sanedrín y le condenan a muerte. De los acontecimientos de la noche, Lucas es el único evangelista que recuerda la mirada del Señor a Pedro (v. 61) que provocó su contrición. La mirada de Cristo, frecuentemente descrita en el evangelio (5,20.27; 6,10.20, etc.), ha sido motivo de meditación para los santos: «Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama, y Vos, bien mío, queréis mirar con amor. Paréceme que una sola vez de este mirar tan suave a las almas que tenéis por vuestras, basta por premio de muchos años de servicio» (Sta. Teresa de Jesús, Exclamaciones 14). Las lágrimas de Pedro (v. 62) son la reac­ción lógica de los corazones nobles, movidos por la gracia de Dios. En la doctrina de la Iglesia se denomina contrición del corazón: «Un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar» (Conc. de Trento, De Paenitentia, cap. 4).
Frente a las lágrimas de quien tiene fe, la frialdad de quien no la tiene (vv. 66-71). Las acusaciones del Sanedrín son tan inconsistentes que no pueden ofrecer un pretexto razonable para condenarlo. Pero obtienen del Señor una declaración comprometedora. Jesús —aun conociendo que con su repuesta les ofrece el pretexto que buscan— afirma con toda gravedad no sólo que es el Cristo (cfr Dn 7,13-14), sino que es el Hijo de Dios. Los sanedritas captan la contestación de Jesús pero piden su muerte: debe morir por blasfemo. Para aceptar la confesión de Jesús les era necesaria una fe que no tenían (vv. 67-68).
23,1-25. La narración que hace Lucas de la condena de Jesús parece un desarrollo de la oración de los cristianos de Jerusalén: «En esta ciudad se han aliado contra tu santo Hijo Jesús, al que ungiste, Herodes y Poncio Pilato con las naciones y con los pueblos de Israel, para llevar a cabo cuanto tu mano y tu de­signio habían previsto que ocurriera» (Hch 4,27-28). De acuerdo con esta descripción, San Lucas presenta los acontecimientos en tres escenas: Jesús ante Pilato, ante Herodes y, de nuevo, ante Pilato. Frente a los hechos el lector puede juzgar de las responsabilidades de cada uno, pero sabe, con el evangelista, que por encima de la voluntad de los hombres está el designio de Dios.
En la primera escena (vv. 1-5), se descubre enseguida el artero proceder de los acusadores con el cambio de título en la acusación: el Sanedrín condenó a Jesús por llamarse Cristo (Mesías) e Hijo de Dios (22,66-71), pero ahora le acusan de llamarse Rey Mesías y de alborotar al pueblo (v. 2). Pilato reconoce enseguida la inconsistencia de la acusación (v. 4), pero intenta contemporizar. Por ello aprovecha la primera oportunidad que se le ofrece (vv. 6-7) para evitar responsabilidades. Con todo, en este lugar, los comentaristas lo que admiran es la grandeza de Jesús: «Pasaje admirable que infunde en el corazón de los hombres una disposición a la paciencia para soportar las afrentas con el ánimo ecuánime. El Señor es acusado, y calla. Y tiene razón al callarse el que no necesita defensa, pues defenderse es bueno para aquellos que temen ser vencidos. No confirma la acusación con su silencio, sino que la desecha al no refutarla. (...) Ha querido mostrar su realeza más que afirmarla, para que no tuvieran motivo para condenarle pues la acusación misma era una falsedad» (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.).
En la siguiente escena (vv. 6-12), la actitud de los personajes manifiesta lo que son: Herodes parece un ser caprichoso, casi grotesco (vv. 8-9), y los príncipes de los sacerdotes y los escribas aparecen como empeñados en la muerte de Jesús (v. 10). La grandeza del Señor se descubre en su actitud: frente a tamaños despropósitos, callaba (v. 9). Así comenta el episodio San Ambrosio: «Cuando Herodes quería ver de Él algunas maravillas, Él se calló y no hizo nada, porque la crueldad del personaje no merecía ver cosas divinas, y porque el Señor declinaba cualquier tipo de jactancia. Tal vez Herodes pueda ser considerado modelo y emblema de todos los impíos: si no han creído en la Ley y en los Profetas, tampoco pueden ver las obras admirables de Cristo en el Evangelio» (ibidem, ad loc.).
De nuevo ante Pilato (vv. 13-25), éste, en diálogo con los acusadores, deja claro por tres veces (vv. 14.20.22) que Jesús es inocente. Pero la multitud pide la muerte de Jesús en las tres ocasiones (vv. 18.21.23). Paradójicamente Barrabás sale librado (v. 25), a pesar de ser sedicioso y de haber cometido un homicidio (v. 19). La escena no puede dejar de ser un reproche a la indolencia: ni Herodes ni Pilato «le han declarado culpable, aunque cada uno ha servido a la crueldad de los fines del otro. Pilato se lava las manos, pero no puede hacer desaparecer sus actos; porque siendo juez, no tendría que haber cedido al odio y al miedo hasta el punto de derramar sangre inocente. Su esposa le advirtió, la gracia alumbraba durante la noche, la divinidad se imponía; pero aún así, no se abstuvo de pronunciar una sentencia sacrílega. Me parece que en él tenemos una imagen anticipada y el modelo de todos aquellos que más adelante condenaron a quienes consideraban inocentes» (ibidem,ad loc.). Con esa conducta, Pilato pasa a ser prototipo del que no quiere enfrentarse con la verdad: «Un hombre, un... caballero transigente, volvería a condenar a muerte a Jesús» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 393).
23,26-49. Lo mismo que los otros evangelistas, Lucas describe la crucifixión y muerte de Jesús como el cumplimiento del designio de Dios sobre Él, que se hace Siervo de dolores (cfr notas a Mt 27,32-56; Mc 15,21-41).
La conducta de Jesús es presentada como ejemplo para todo cristiano: provoca la admiración del centurión y la contrición de la muchedumbre (vv. 47-48). Jesús es modelo de misericordia y de perdón: consuela a las mujeres (vv. 28-29), perdona a los que le van a matar (v. 34) y abre las puertas del Paraíso al buen ladrón (v. 43). En su otro libro, Lucas nos presenta al primer mártir, San Esteban, imitando el comportamiento de Cristo (cfr Hch 7,60): «El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el hombre, sino también en las recíprocas relaciones entre los hombres» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 14).
La fuerza de Jesús es su oración. Por dos veces (vv. 34.46) se dirige a su Padre Dios. Para Él son sus últimas palabras: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (v. 46). «Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la creación y de la salvación» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2606).
Como en otros lugares del evangelio, también aquí queda patente que, ante Jesús, se revela la condición de los hombres. El gesto de piedad de las mujeres (vv. 27-29) muestra que, junto con los enemigos de Jesús, iban otras personas que le querían. Si tenemos en cuenta que las tradiciones judías, según recoge el Talmud, prohibían llorar por los condenados a muerte, nos percataremos del valor que demostraron las mujeres que rompieron en llanto al contemplar al Señor: «Entre las gentes que contemplan el paso del Señor, hay unas cuantas mujeres que no pueden contener su compasión y prorrumpen en lágrimas. (...) Pero el Señor quiere enderezar ese llanto hacia un motivo más sobrenatural, y las invita a llorar por los pecados. (...) Tus pecados, los míos, los de todos los hombres, se ponen en pie. Todo el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer. El panorama desolador de los delitos e infamias sin cuento, que habríamos cometido, si Él, Jesús, no nos hubiera confortado con la luz de su mirada amabilísima. —¡Qué poco es una vida para reparar!» (S. Josemaría Escrivá, Via Crucis 8).
El episodio del «buen ladrón» (vv. 39-43) es narrado sólo por Lucas. Aquel hombre muestra los signos del arrepentimiento, reconoce la inocencia de Jesús y hace un acto de fe en Él. Jesús, por su parte, le promete el paraíso: «El Señor —comenta San Ambrosio— concede siempre más de lo que se le pide: el ladrón sólo pedía que se acordase de él; pero el Señor le dice: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. La vida consiste en habitar con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está su Reino» (Expositio Evangelii secundum Lucam, ad loc.). El episodio también nos invita a admirar los designios de la divina providencia, y la conjunción de la gracia y la libertad humana. Ambos malhechores se encontraban en la misma situación. Uno se endurece, se desespera y blasfema, mientras el otro se arrepiente, acude a Cristo en oración confiada, y obtiene la promesa de su inmediata salvación: «Entre los hombres, a la confesión sigue el castigo; ante Dios, en cambio, a la confesión sigue la salvación» (S. Juan Crisóstomo, De Cruce et latrone).
La palabra «paraíso» (v. 43), de origen persa, se encuentra en varios pasajes del Antiguo Testamento (Ct 4,13; Ne 2,8; Qo 2,5) y del Nuevo (2 Co 12,4; Ap 2,7); en boca de Jesús es un modo de expresarle al buen ladrón que le espera, a su propio lado y de modo inmediato, la felicidad: «Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el fuego del purgatorio, como las que son recibidas por Jesús en el Paraíso enseguida que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón—, constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida por completo el día de la Resurrección, en que estas almas se unirán con sus cuerpos» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 28).
23,50-56. El texto señala diversos detalles que implican la identidad del «sepultado» y el «resucitado»: el cuerpo de Jesús es puesto en un sepulcro donde «nadie había sido colocado todavía» (v. 53), y también las mujeres fueron testigos de «cómo fue colocado su cuerpo» (v. 55): «Dios no impidió a la muerte separar el alma del cuerpo, según el orden necesario de la naturaleza, pero los reunió de nuevo, uno con otro, por medio de la resurrección a fin de ser Él mismo en persona el punto de encuentro de la muerte y de la vida, deteniendo en Él la descomposición de la naturaleza que produce la muerte y resultando Él mismo el principio de reunión de las partes separadas» (S. Gregorio de Nisa, Oratio catechetica 16; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 625).
Ahora ya ha pasado todo. José de Arimatea, hombre importante, realiza con exquisita veneración cuanto se requería para sepultar piadosamente el cuerpo de Jesús. Ejemplo claro para todo discípulo de Cristo, que por amor a Él debe arriesgar honra, posición y dinero. Es la hora de pensar en la obra de Jesús, que «con su sangre derramada libremente, nos ha merecido la vida, y en Él, Dios nos ha reconciliado consigo mismo y entre nosotros. (...) Nos ha abierto el camino; en tanto lo recorremos, la vida y la muerte son santificadas y adquieren un nuevo significado» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 22).

jueves, 21 de marzo de 2013

En clave de formación: conferencia "Laicado asociado, parroquia y nueva evangelización".


En clave de formación y maduración en la fe enlazamos conferencia 

Seminario de Estudios Laicales



Laicado asociado, parroquia y nueva evangelización



4ª sesión del Seminario de Estudios Laicales "Miguel Mañara". 
Ponente: Mons. Ginés Ramón García Beltrán 
Obispo de Guadix
Preside: Mons. Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Sevilla, 12 de marzo de 2013. Sede del ISCR - Seminario Metropolitano de Sevilla
Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Isidoro y San Leandro de Sevilla -Delegación de Apostolado Seglar de la Archidiócesis de Sevilla
Coordinan: Institución Teresiana y Equipos de Nuestra Señora
Colabora: Caritas Diocesana







Vídeo: Meditación del Vía Crucis, 
según San José María Escrivá, 
fundador del Opus Dei.



Mañana es viernes de Dolores, día de penitencia y ayuno; pórtico de la conmemoración de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, que junto a nuestra feligresía, parroquia y demás hermandades de nuestro pueblo, todos unidos, viviremos un año más unidos por una misma fe: !Cristo, nuestro señor! 



Nada más idóneo que dejaros el presente audio-vídeo con el rezo y meditación del vía crucis, en la versión de san José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei como instrumento y camino de santificación de todos los fieles laicos. 



Atentamente aprovecho para enviaros mis mejores deseos de una santa Semana Santa 2013 y feliz pascua de Resurrección. 






Diego Jesús Romero Salado, 

delegado de comunicación y nuevas tecnologías TIC, 

Blog Inmaculada Concepción.

viernes, 15 de marzo de 2013

SEPTENARIO EN HONOR A LA STMA. VIRGEN DE LOS DOLORES Hoy sábado, día 16 de marzo de 2013, comienza el Septenario en honor de la Santísima Virgen de los Dolores, titular de la Hermandad Sacramental y Cofradía del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz, de Umbrete (Sevilla). Dará comienzo tras el rezo del Santo Rosario sobre las 7 de las tarde.










SEPTENARIO EN HONOR A LA STMA. VIRGEN DE LOS DOLORES


Hoy sábado, día 16 de marzo de 2013, comienza el Septenario en honor de la Santísima Virgen de los Dolores, titular de la Hermandad Sacramental y Cofradía del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz, de Umbrete (Sevilla). Dará comienzo tras el rezo del Santo Rosario sobre las 7 de las tarde. La Hermandad Sacramental nos invita difundir el Septenario Doloroso en honor a la Santísima Virgen María, y nosotros aceptamos gozosamente la invitación que hacemos extensible a todos. Como sabéis el 99 % de nuestros hermanos y hermana lo somos también de la Sacramental, por lo que con más motivo rogamos la asistencia.

Comunicado oficial nuevo papa S.S. Francisco I







!Habemus Papam!


Comunicado oficial nuevo papa S.S. Francisco I


Está hermandad de la Purísima e Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María Madre de Dios, Madre Nuestra y Madre de nuestra Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, acoge con alegría y emoción; entusiasmo y esperanza; cariño y aprecio; a nuestro nuevo Papa S.S. Francisco I. He en prueba de nuestra alegría dedicamos este preludio de acción de gracias a Dios nuestro, Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.









Aquí nos tenéis Santidad, como seguidores y agentes portadores de fe y caridad, comprometidos con la nueva Evangelización.



Umbrete, Sevilla-España, a viernes 15 de marzo de 2013, de la era de Nuestro Señor Jesucristo.
José Julio Salado Illanes y Juan Carlos Amores Martínez (Junta de Gobierno) y Diego Jesús Romero Salado (delegado TIC), en nombre de toda nuestra hermandad.



Himno de acción de Gracias (Te Deum), en prueba de nuestra alegría a Dios nuestro, Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo por habernos dado un nuevo Pastor!









A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos.


A ti, eterno Padre, te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo.
Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles, la multitud admirable de los profetas, el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama:
Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración, Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen. 
Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre.
Creemos que vendrás como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad.
Sé su pastor y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre para siempre, por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre.

'Habemus Papam': el cardenal Bergoglio es el nuevo Papa Francisco I